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EL PEJERREY / GABRIEL ZANETTI

2 disponibles

$5.600

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Descripción

Quizás el arte de la crónica consiste más que nada en ajustar un temperamento, un modo de sentirse en el mundo y de registrarlo en la frecuencia específica de una voz. En algún sentido todos los cronistas se parecen y al escribir ejercen variaciones personales sobre un repertorio limitado de tópicos.
En el caso de Zanetti: la condena del trabajo, momentos áuricos de la infancia, problemas con los desplazamientos cotidianos, fútbol, abuelos, balnearios y mucha memoria televisiva generacional. Particularmente recordable es su justificación como habitante de Ñuñoa, que uno lee con una sonrisa y que sin embargo es una propuesta muy melancólica.
Conocía algunas de las crónicas de Zanetti porque él tiene la gentileza de mandármelas cuando intuye que en el texto hay algo que me incumbe. No obstante, la posibilidad de leerlas en forma de libro, todas juntas o hartas juntas, conformando una especie de continuidad, me hace calibrar el espesor de su experiencia.
Los buenos cronistas que conozco tienen algo en común: una conciencia de sus límites. Quieren aprehender un objeto de la manera más precisa, y con ese sentido usan más o menos palabras, intensifican o amortiguan sus recursos.
El Zanetti cronista encaja totalmente con esta modalidad. No adorna con retórica, más bien analiza los fenómenos: quisiera, mientras escribe, despejar la conciencia para que la realidad, en su fugacidad de espejismo, simplemente aparezca.
Roberto Merino

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Quizás el arte de la crónica consiste más que nada en ajustar un temperamento, un modo de sentirse en el mundo y de registrarlo en la frecuencia específica de una voz. En algún sentido todos los cronistas se parecen y al escribir ejercen variaciones personales sobre un repertorio limitado de tópicos.
En el caso de Zanetti: la condena del trabajo, momentos áuricos de la infancia, problemas con los desplazamientos cotidianos, fútbol, abuelos, balnearios y mucha memoria televisiva generacional. Particularmente recordable es su justificación como habitante de Ñuñoa, que uno lee con una sonrisa y que sin embargo es una propuesta muy melancólica.
Conocía algunas de las crónicas de Zanetti porque él tiene la gentileza de mandármelas cuando intuye que en el texto hay algo que me incumbe. No obstante, la posibilidad de leerlas en forma de libro, todas juntas o hartas juntas, conformando una especie de continuidad, me hace calibrar el espesor de su experiencia.
Los buenos cronistas que conozco tienen algo en común: una conciencia de sus límites. Quieren aprehender un objeto de la manera más precisa, y con ese sentido usan más o menos palabras, intensifican o amortiguan sus recursos.
El Zanetti cronista encaja totalmente con esta modalidad. No adorna con retórica, más bien analiza los fenómenos: quisiera, mientras escribe, despejar la conciencia para que la realidad, en su fugacidad de espejismo, simplemente aparezca.
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